Wednesday, May 18, 2005

Armarios y cajones

En principio, cabe destacar que ambos están íntimamente relacionados, por el simple hecho de que las más de las veces, unos forman parte de los otros. Estimo que nadie pondrá en cuestión la utilidad de ambos, sobre todo si se encuentran conjugados en el mismo objeto. Hay, también, ocasiones en las que cajones y armarios compiten deliberadamente por la obtención de algo tan superficial y abstracto como la tenencia de una prenda, de un marcador, de una simple cajita de recuerdos. Esta lucha eterna signará, de algún modo, la incesante fluctuación, casi irracional y sin sentido, de los objetos más variados.
En el ámbito de la educación, los cajones juegan un papel primordial para la organización correcta de ciertos materiales tales como tizas, borradores, hojas, lapiceras, etc. Existe, por desgracia, la incorrecta creencia tristemente divulgada de que aquel espacio tan usado debajo del banco tiene el nombre de cajonera. Esto es, sin duda, falso. Mismo Giosseffi –aquí se demuestra como lo esencial es invisible a los ojos, sobre todo después de haber casi convivido durante cinco años- asevera que lo que está abajo del banco no es más que un buche, por el simple hecho de que ¡no tiene cajón!
También en el Colegio encontramos claros ejemplos de armarios endemoniadamente vivientes, tal como aquel que enseña matemática y cuya visión es, quizás intencionalmente, considerablemente mala; al igual que su audición y cualquier otro sentido que se le pueda otorgar al ente en cuestión. De carácter ancho, y actitud altamente intimidante, este personaje simpático inspirará ternura en los estudiantes, logrando así el tan famoso vínculo profesor-alumno, casi inexistente en la actualidad.
Quizás la inconstancia sea un defecto, o a lo mejor ¿quién sabe? un don. Muchas veces, no está de más decirlo, los dones son defectos, así como los defectos también son dones; se demuestra así que no son de ningún modo antitéticos ni, mucho menos, irreconciliables. La inconstancia genera, y de eso no cabe ninguna duda, progreso en sentido intensivo; es decir, crea un cierto cambio estructural, si se quiere, que es lo que a la larga deviene en crecimiento y perfeccionamiento.
Bien lo decía Heráclito, al igual que después lo hizo Grissom, el cambio incesante y permanentemente presente en nuestras vidas tiene, sin embargo, unas ciertas reglas, un cierto cauce al que atenerse y, en definitiva, determinados parámetros que, paradójicamente, no cambian en absoluto. Concebir al mundo desde una perspectiva anárquica y caótica sería casi herético; por lo cual se ratifican las sabias palabras de los ya mencionados.
Son el deleite por la ampliación de sus conocimientos y el deseo siempre vigente de conocer un mundo nuevo, o una nueva manera de verlo los que hacen de este investigador alguien digno de ser mencionado. Al igual que aquella niña pálida, de cabellos dorados y peinado desordenado cuyo fin es más que trágico, muchos pasan a la historia; pero el futuro está en las manos de aquellos que, por el contrario, marcan la historia y la condicionan a sus hechos y acciones más profundas.
Es en el trascender en el tiempo y en el pervivir a él que el hombre encuentra su fundamental razón de existir. Más exactamente, es donde debería encontrarla. Sería seguramente frustrante conocer la exacta y escasa cantidad de quienes verdaderamente la encuentran; y de aquellos que lo hacen, la cifra exponencialmente menor de aquellos que logran sus cometidos. Ignorar esto sería engañarse; considerarlo utópico, equivocarse; perseguirlo, superarse.