Tuesday, November 22, 2005

Salto

Vacío de esperanzas y escaso de intenciones se sentó desilusionado en su cama, anhelando algo que nunca llegaría. Una vez más, miró su reloj de reojo; no había caso, el tiempo se había detenido por completo y nada indicaba que esto fuera algo efímero.

Resignado, decidió buscar algo de comodidad en el piso duro y frío de su habitación: la encontró. Allí, en ese lugar tan inmundo y detestado, se sintió a gusto consigo mismo. Desde allí, resolvió ocuparse de solucionar sus dilemas más controvertidos.

La ventana abierta permitía el ingreso de una llovizna leve y refrescante. Afuera residía la libertad misma, encarnada en nada menos que el aire. Afuera, era el lugar de la felicidad y el regocijo.

La ventana abierta fue testigo de su determinación. Presenció, casi sin quererlo, el momento en el que las ansias de placidez y bienestar eran ya irrefrenables. Su salto, como cualquier otro, solo duró unos segundos.

Confundido, quiso aferrarse a lo último que quedaba de él. Ya era tarde; ese aire y ese viento fresco en la cara le causaban ahora temor y arrepentimiento. Una libertad un tanto distinta a la buscada lo esperaba.

Repleto de angustia y lleno de dolor abrió sus brazos, intentando postergar lo inevitable. Las agujas de su reloj nunca habían marchado tan rápido. Allí, en ese lugar tan inmundo y detestado, se sintió a gusto consigo mismo.