Wednesday, December 07, 2005

Augurio

El momento, sin duda ya impostergable, había llegado. Por primera vez, enfrentó aquel resplandor implacable, enceguecedor y se incorporó lentamente. En un principio con temor -que más tarde devino en convicción- transitó erguido, orgulloso de su gran meta. También por primera vez, recorrió los senderos entrecortados del destino, encaminado ya hacia su mero final.

Luego de arduos caminos carentes por completo de sentido alguno, alzó la vista al mismo tiempo que una dicha indecible le llenó su mirada de felicidad. Sus pupilas brillaban como nunca antes ante el significado casi indescifrable de aquella imagen que se dibujaba como por sobre una cortina de agua, un bosquejo que apenas se dejaba adivinar entre la pesada y densa niebla. Sin duda, estaba equivocado; aquello que veía no era más que una ilusión vaga que sólo tardó segundos en desvanecerse.

Salió del recinto consternado y profundamente afligido: la convicción con que había entrado hacía instantes se había ahora multiplicado infinitamente. Una vez afuera del templo, caminó hacia el final de la larga doble hilera de columnas; hacia el final de su existencia terrena. Allí donde el piso de mosaico ya no se extendía, sus pasos continuaron en el vacío y un hondo silencio reinó por lo que pareció ser una eternidad.

Inmediatamente, la pitonisa develó el misterio a los sacerdotes del sacro santuario. El oráculo había mostrado al ahora difunto algo que no él no estaba preparado para tolerar. Un simple boceto teñido de delirios y alucinaciones inimaginables. Un esquema escueto y pulido de detalles, ambiguamente vasto. Una serie de hechos confusos y borrosos desencadenantes de una red ininteligible de acontecimientos imprecisos y eventuales contingencias. El oráculo le había mostrado nada menos que su futuro.